La democracia representativa es uno de los más suculentos espectáculos que podamos encontrarnos de manera libre y gratuita. El derecho que tiene cualquier ciudadano para elegir y ser elegido, sumado al entuerto normativo que pretendió fortalecer las casas políticas creando el sistema de listas y entregando las curules a los partidos, nos ofrece un coctel digno de las mejores barras experienciales del planeta.
Voy a poner como ejemplo la elección al Concejo de Bogotá, el cual por su importancia es el más numeroso del país, incluso superior a todas las asambleas departamentales. Este cuerpo colegiado está integrado por 45 personas, razón por la cual cualquier partido político o movimiento ciudadano que quiera acceder a alguno de estos escaños podría presentar hasta ese número de candidatos, no sin antes cumplir con la Ley de Cuotas que obliga a que por lo menos un 30% de los postulados sean mujeres.
Entonces si hipotéticamente 10 partido o movimientos presentan sus listas de 45 aspirantes, estaríamos hablando de 450 personas, cada una magníficamente única en el universo, individualmente irrepetible y con un sinnúmero de características algunas más coloridas que otras y que le imprimen una sabrosura a nuestra posibilidad de elegir uno o una, entre todo como en botica.
Ahora bien quienes ostentan el poder del esfero, es decir quienes se abrogan en últimas el don supremo de avalar a los aspirantes dentro de cada colectividad, se esfuerzan por confeccionar unas listas profundamente multidiversas con el fin último de tener la suerte del pescador en subienda de rio, lanzar la atarraya y capturar la mayor cantidad de peces posibles. Para nuestro macondiano caso, votos.
Y aunque estamos en la era digital aún el grueso de estos maravillosos especímenes disfrutan nadando en el mismo acuario de las necesidades comunes, las soluciones comunes y las formas comunes. Y en últimas resulta poco criticable, pues la mayoría de los que terminan elegidos apelan a estas estrategias con gratos resultados en lo personal y dudosos dividendos para la ciudad.
Cada candidato afronta los problemas de la ciudad desde su dialéctica, la candidata ama de casa, el deportista, la abogada exitosa, el hijo del político tradicional, el joven estudiante, en fin cada cual monta un discurso desde su óptica y sale a la calle y a las redes sociales con el fin de enamorar a un electorado cada vez más incrédulo y preparado para la toma de sus decisiones, pero también proclive a ser seducido por la publicidad.
El verdadero enigma está en descifrar qué y quién le conviene más a la sociedad. Hemos caído a un nivel tan dramático que los candidatos apelan a describir valores que no deberían ser materia de discusión, como la honestidad, la ética o la probidad de sus acciones.
Es muy valioso que podamos encontrar en el horizonte de las posibilidades tanta variedad, que lleguen multiplicidad de especímenes con ganas de trabajar por una sociedad mejor, pero también nos corresponde como ciudadanos reclamarle a los partidos coherencia y respeto por el fin más preciado de una democracia, la verdad.
Para colorear lo aquí dicho basta tan solo con mirar como por ejemplo el Partido Liberal uno de los dos históricos le da la cabeza de lista y el número 1 a la representante de uno de los movimientos cristianos más numeroso de nuestro País. Y entonces surgen varias preguntas, ¿El Liberalismo ahora está en contra del matrimonio homosexual, la adopción de niños por parejas del mismo sexo o las familias diversas? De no ser así ¿este movimiento cristiano cambió algunos de sus valores fundamentales rectores de fe y ahora acepta los cánones liberales al punto de defenderlos como su principal carta? O tal vez ¿es esta una alianza más con un fin exclusivamente electoral?
En todo caso este simple ejemplo dentro de una variedad de casos igualmente incomprensibles a ojo de elemental cubero hacen que la gente pierda la confianza en sus instituciones primarias y difumina el verdadero poder de las colectividades políticas que es la identidad ideológica. Pero también es obligación de quien decide ir a las urnas no tragar entero y hacerse realmente responsable de su derecho a decidir.
Ya es un gran paso que seamos más los que decidimos vencer la abstención, y el llamado también es a los que aún no lo hacen, a que dejen la torpe inocencia y no permitan que otros definan su futuro mientras ellos son un elemento mezquino del paisaje.
Por último en esta época de especímenes y elecciones no debemos olvidar que nosotros, todos y cada uno también somos parte de este acuario y que a diferencia de nuestra lógica genética, aquí si podemos elegir que queremos ser y cómo podemos serlo. Así que elijamos bien tanto en las urnas como en nuestra vida personal.
Giovanni MonroyPardo – CEO MasCreativo
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